domingo, 6 de diciembre de 2009

Lo mejor de Cenicienta en Otoño

Ritual de Cierre

Para finalizar el curso, todos escribimos un mensaje en un trozo de papel y lo introdujimos o lo enganchamos a nuestro zapato. Este fue el mensaje que recibi de mi compañera de la derecha:

"SUEÑA: Sé libre! y no pierdas la esperanza"


Este fue el zapato de mi compañera:





Y colorin colorad...Cenicienta ha cambiado. Ponencia de Mª José Álvarez Barrio

Este fue el último taller y la última ponencia del curso. En primer lugar Mª José Álvarez Barrio nos habló de una serie de libros sobre la cenicienta de los cuales me gustaría destacar el siguiente:



Finalmente hicimos una serie de actividades:

La primera de ellas consistia en andar por la clase y cada vez que te encontrabas con alguien le preguntabas ¿quién era? ya que cada cenicienta y cada ceniciento teníamos un nombre, como yo ya dije en una de las primeras entradas, mi nombre era "Blanquicienta" y representaba la cenicienta más virginal y delicada de todas.

A continuación formamos grupos para hacer dos ejercicios.

El primero consistia en representar una historia en la cual todas y todos los participantes del grupo fuesemos mencionados. Mi grupo representó un desfile de modelos a la vez que enlazabamos nuestros nombres para formar una historia como si se tratase de un anuncio.

En segundo lugar, Mª José nos dio una tarjeta a cada grupo donde nos presentaban una serie de indicaciónes para la próxima representación. A mi grupo le toco representar "Cenicienta va a comprarse unos zapatos", pero teníamos que hacerlo en prosa.

Personalmente la representación de mi grupo no fue la que más me gustó porque no sabíamos muy bien que hacer, a mi me quitaron mi frase... en fin un poco desastre. Además se notó que muchas de las personas que actuaron se les daba bien o ya habían hecho algo de actuación, teatro o dramatización antes.

Como puede verse el taller trató sobre la expresión corporal ya que Mª José era experta en este tema.

Fue una gran experiencia que me ayudó mucho a abrir mi mente de cara a nuevas actividades que hacer con los alumnos.

Cinderella en el ballet.




























































La Cenicienta, por los Hermanos Grimm

Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo:
- Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado.
Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.
La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana.
- ¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras? -decían las recién llegadas-. Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!-. Quitáronle sus hermosos vestidos, pusiéronle una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado-: ¡Mirad la orgullosa princesa, qué compuesta!
Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa... Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se mofaban de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes y las lentejas, para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban «Cenicienta».
Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese.
- Hermosos vestidos -respondió una de ellas.
- Perlas y piedras preciosas -dijo la otra
.- ¿Y tú, Cenicienta -preguntó-, qué quieres?- Padre, cortad la primera ramita que os toque el sombrero cuando regreséis, y traédmela.
Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba.
Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, pusiéronse muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron: - Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio.
Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese.
- ¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?
Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente:
- Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir.
La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó:
- ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, venid a ayudarme a recoger lentejas!:
«Las buenas, en el pucheritolas malas, en el buchecito».
Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo:
- No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti.
- Y como la pobre rompiera a llorar-: Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas.
Y pensaba: «Jamás podrá hacerlo». Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó:- ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, venid a ayudarme a limpiar lentejas!:
«Las buenas, en el pucherito;las malas, en el buchecito».
Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo:
- Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza.
Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas. No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó:
«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,y échame oro y plata y más cosas!».
Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: «Ésta es mi pareja».
Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: - Te acompañaré -deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: «¿Será la Cenicienta?», y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita.
Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo:
«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,y échame oro y plata y, más cosas!».
El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó inmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: «Ésta es mi pareja».
Al anochecer, cuando la muchacha quiso retirarse, el príncipe la siguió, empezado en ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral, del que colgaban peras magníficas. Subióse ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: - La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral.
Pensó el padre: «¿Será la Cenicienta?», y, cogiendo un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris.
El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo:
«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!».
Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: «Ésta es mi pareja».
Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a un ardid: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, quedósele la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogióla el príncipe, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente presentóse en casa del hombre y le dijo: - Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato.
Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: - ¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie.
Hízolo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, presentóse al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron:
«Ruke di guk, ruke di guk;
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está».
Miróle el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: - Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie.
Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, presentóse al hijo del Rey. Montóla éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron:
«Ruke di guk, ruke di guk;
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está».
Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia.
- Tampoco es ésta la verdadera -dijo-. ¿No tenéis otra hija?
- No -respondió el hombre-. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia.
Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: - ¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla.
Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavóse ella primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Sentóse la muchacha en un escabel, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: - ¡Ésta sí que es mi verdadera novia!
La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas blancas:
«Ruke di guk, ruke di guk;
no tiene sangre el zapato.
Y pequeño no le está;
Es la novia verdadera con la que va».
Y, dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta. Al llegar el día de la boda, presentáronse las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, las mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad, condenadas a la ceguera para todos los días de su vida.

La Cenicienta, por Charles Perrault.

Érase una vez un gentil hombre que se casó en segundas nupcias con la mujer más altiva y orgullosa que se pudo ver jamás. Tenía dos hijas que eran idénticas a ella, al haber heredado todo su carácter. El marido, por su parte, tenía una hija joven, de una dulzura y bondad sin igual, pues se parecía en todo a su madre, que había sido la mejor persona del mundo.
Inmediatamente después de la boda, la madrastra dio rienda suelta a su mal carácter; no podía soportar las buenas cualidades de aquella niña, que hacían a sus hijas aún más odiosas. La obligó a hacer las tareas más viles de la casa: tenía que fregar los platos, limpiar las escaleras y toda la casa, arreglar todas las habitaciones, incluidas las de sus hijas. Dormía en un desván, en lo más alto de la casa, sobre un mal jergón, mientras que sus hermanas disponían de grandes habitaciones entarimadas, con camas a la última moda, y grandes espejos donde se podían ver de cuerpo entero.
La pobre chica lo sufría todo con mucha paciencia y no se atrevía nunca a quejarse a su padre, por temor a que le riñera, pues su mujer lo tenía completamente dominado.
Cuando la joven terminaba sus tareas, se iba a un rincón de la chimenea a sentarse sobre las cenizas, por lo que en la casa la llamaban generalmente Culoceniza. La hermana pequeña, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta ; aunque Cenicienta, con sus harapos, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas, a pesar de que ambas vestían con ropas muy lujosas.
Y sucedió que el hijo del Rey dio un baile, al que invitó a todas las personas de calidad, siendo invitadas también nuestras dos señoritas, ya que ellas pertenecían a una familia distinguida en el país. Helas aquí, pues, muy contentas y muy atareadas en elegir los vestidos y los peinados que les sentaran mejor. Esto ocasionó nuevos trabajos para Cenicienta, ya que era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y quien almidonaba los puños. Continuamente las oía hablar de la forma en que iban a arreglarse.
-Yo -decía la mayor- me pondré el vestido de terciopelo rojo y el aderezo de Inglaterra.
-Yo -decía la menor-, me pondré una sencilla falda, aunque también llevaré el mantón de flores de oro y el broche de diamantes, que no está muy visto. Buscaron una buena peluquera que les hiciera los peinados de dos pisos, y encargaron en la sastrería lunares postizos; llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, ya que tenía muy buen gusto.
Cenicienta les aconsejó lo mejor que pudo, ofreciéndose incluso para retocarles el peinado, lo que aceptaron inmediatamente las hermanas, pues era lo que estaban deseando.
Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-¡Ay, señoritas, ¿os estais burlando?; eso no está hecho para mí.
-Tienes razón, la gente se reiría mucho viendo a una sucia Culoceniza acudir al baile.
Otra que no fuera Cenicienta las habría peinado al revés, pero ella, que era buena, las peinó estupendamente.
Las dos hermanas estuvieron casi dos días sin comer, pues querían lucir una figura estilizada. Sin embargo, aún rompieron más de doce cordones a fuerza de tirar de ellos para conseguir una talle más fino, y no dejaban un momento de mirarse en el espejo.
Al fin llegó el feliz día y las hermanas se marcharon. Cenicienta las siguió con la mirada todo el tiempo que pudo y, cuando las perdió de vista, se puso a llorar.
Su Madrina, que era un hada, la sorprendió hecha un mar de lágrimas y le preguntó qué le pasaba.
-¡Me gustaría mucho..., me gustaría mucho...!
Cenicienta lloraba tan fuerte que no pudo terminar. El hada le preguntó:
-Te gustaría mucho ir al baile, ¿verdad?
-¡Ay, sí! -dijo Cenicienta suspirando.
-Bueno, si te portas bien -dijo su Madrina-, yo haré que vayas.
La llevó a su habitación y le dijo:
-Ve al jardín y tráeme una calabaza.
Cenicienta fue enseguida a coger la más hermosa que pudo encontrar, y se la llevó a su Madrina, no pudiendo adivinar cómo esa calabaza podría hacerla ir al baile.
Su madrina la vació dejando sólo la corteza, la tocó con su varita mágica y la calabaza se transformó en el acto en una hermosa carroza dorada.
Después miró en la ratonera, donde encontró seis ratones vivos aún, y le dijo a Cenicienta que levantara un poco la trampilla; a cada ratón que salía, le daba un golpecito con la varita y el roedor se transformaba en un hermoso caballo, así hasta que tuvo un precioso tiro de seis caballos, de un bello color de ratón gris claro.
Como estuviera preocupada por encontrar algo que le sirviera de cochero, dijo Cenicienta:
-Voy a ver si alguna rata ha caído en la ratonera, para convertirla en cochero.
-Tienes razón -dijo su Madrina-, mira si hay.
Cenicienta le llevó la ratonera, donde había tres ratas muy gordas. El hada eligió una, la que tenía las mejores barbas, y, tocándola con la varita, la convirtió en un gordo cochero, que lucía unos hermosos mostachos.
Después le dijo:
-Ve al jardín y allí encontrarás seis lagartos detrás de la regadera. Tráemelos.
En cuanto los hubo traido, el hada madrina los convirtió en seis lacayos, que subieron al instante a la trasera de la carroza con sus libreas llenas de galones, muy erguidos, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida.
El hada dijo entonces a Cenicienta:
-Bueno, aquí tienes ya con qué ir al baile. ¿Estás contenta?
-Sí, pero, ¿cómo voy a ir con este viejo vestido?
Su Madrina no hizo más que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y al momento se transformaron en vestidos de tisú de oro y plata, recamados de piedras preciosas; también le dio el hada un par de zapatos de cristal, los más bonitos del mundo.
Cuando Cenicienta estuvo de tal modo vestida, subió a la carroza; pero su madrina le recomendó ante todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que, si permanecía en el baile un minuto más, su carroza volvería a ser calabaza; sus caballos, ratones; sus lacayos, lagartos, y sus ropas viejas recobrarían su aspecto normal.
Prometió a su Madrina que haría todo tal como ella decía; y se fue llena de felicidad.
El hijo del Rey, a quien comunicaron que acababa de llegar una princesa que nadie conocía, fue a recibirla y le dio la mano cuando bajó de la carroza, y la condujo al gran salón donde estaban los invitados.
Se hizo entonces un repentino silencio; se paró el baile y los violines dejaron de tocar, de tan sorprendidos que estaban contemplando la gran belleza de aquella desconocida. Sólo se escuchaba un rumor confuso:
-¡Oh! ¡Qué hermosa es!
El propio Rey mismo, a pesar de ser muy viejo, no dejaba de mirarla y de decirle a la reina en voz baja, que hacía mucho tiempo que no veía a nadie con tanta gracia y belleza.
Todas las damas observaban con mucha atención su peinado y su vestido, para tener desde el día siguiente otros parecidos, siempre que pudieran encontrarse telas tan maravillosas y modistas tan expertas.
El hijo del Rey la colocó en un lugar de honor y en seguida la sacó a bailar. Ella danzó con tanta gracia que la admiraron aún más. Los criados trajeron manjares exquisitos para los invitados, pero el joven príncipe no probó bocado. ¡Tan embelesado estaba contemplando a la desconocida! Cenicienta se sentó al lado de sus hermanas, haciéndoles muchos cumplidos y compartiendo con ambas las naranjas y los limones con que el príncipe las había obsequiado, lo cual las sorprendióó mucho, pues ellas no la conocían de nada.
Estaban charlando, cuando Cenicienta oyó que daban las doce menos cuarto; entonces hizo una gran reverencia a todos los presentes y se marchó a toda prisa.
En cuanto llegó a casa, fue a buscar a su Madrina y, luego de haberle dado las gracias, le dijo que desearía otra vez ir al baile al día siguiente, porque el hijo del rey se lo había pedido.
Cuando ella estaba ocupada contándole a su Madrina todo lo sucedido en el baile, las hermanas llamaron a la puerta y Cenicienta fue a abrirles:
-¡Cuánto habéis tardado en volver!- les dijo mientras se frotaba los ojos y se desperezaba como si acabara de despertarse; aunque, por supuesto, ella no tenía nada de sueño.
-Si hubieses venido al baile -le dijo una de sus hermanas-, no te habrías aburrido, pues ha asistido una hermosa princesa, la más hermosa que nadie haya visto jamás, y ha sido muy amable y atenta con nosotras, obsequiándonos con naranjas y limones.
Cenicienta estaba muy feliz y les preguntó el nombre de la princesa, pero le respondieron que nadie la conocía, ni siquiera el hijo del Rey, y que éste daría cualquier cosa por saber quién era.
Cenicienta, sonriendo, les preguntó:
-¿Tan hermosa era? ¡Dios mío, pues sí que tenéis suerte! ¿No podría verla yo? ¡Ay, señorita Javotte, ¿no podrías prestarme tu vestido amarillo, ese que te pones a diario?
-¡Pues sí -dijo la señorita Javotte -, precisamente en eso estaba yo pensando! ¡Estaría loca si prestara mi vestido a una sucia Culoceniza como tú!
Cenicienta esperaba esta negativa y se alegró de ello, porque se hubiera encontrado en un gran dilema si su hermana le hubiera querido prestar el vestido.
Al día siguiente las dos hermanas fueron al baile y Cenicienta también, aunque todavía mejor ataviada que la primera vez.
El hijo del Rey estuvo con ella toda la noche y no paró de decirle cosas bonitas; hasta tal punto la distrajo, que olvidó lo que su madrina le había recomendado, de manera que oyó sonar la primera campanada de medianoche, cuando creía que no eran aún ni las once. Cenicienta huyó entonces, con la ligereza de una gacela.
El Príncipe la siguió, mas no pudo alcanzarla, y ella, en la precipitación de la huida, dejó caer uno de sus zapatos de cristal, que el príncipe se apresuró a recoger con mucho cuidado.
Cenicienta llegó a su casa muy sofocada, sin carroza, sin lacayos, y con sus feos vestidos; no le quedaba de tanto esplendor más que el otro zapato de cristal, la pareja del que había dejado caer.
Preguntaron a los guardias de la puerta del palacio si habían visto salir a una princesa, y contestaron que sólo habían visto salir a una muchacha muy mal vestida, que tenía más el aspecto de una campesina que de una señorita.
Cuando sus dos hermanastras regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si también esa noche se habían divertido y si la bella dama había de nuevo aparecido.
Ellas le dijeron que sí, pero que había huido cuando llegó la medianoche, y que había perdido en su precipitación uno de sus zapatitos de cristal, el más bonito del mundo; que el hijo del Rey lo había recogido, y que no había hecho otra cosa, en todo el resto del baile, sino mirarlo permanentemente, y que, con total seguridad, estaba muy enamorado de la hermosa joven a quien pertenecía ese zapatito.
Las hermanas decían la verdad, ya que pocos días después, el hijo del rey mandó publicar a toque de corneta que se casaría con aquella joven a quien le viniese bien el zapatito de cristal.
Y comenzó a probárselo a las princesas, siguiendo las duquesas, y a todas las damas de la corte, pero todo fue en vano.
Por fin, la prueba llegó a la casa de las hermanas, que hicieron todo lo posible para que su pie entrara en el zapatito, pero no lo consiguieron.
Cenicienta, que las miraba y que reconoció su zapato, dijo riéndose:
-¡Puedo intentarlo yo!
Sus hermanas se echaron a reír y empezaron a burlarse de ella. El gentilhombre que efectuaba la prueba del zapato, habiendo contemplado atentamente a Cenicienta, y encontrándola muy hermosa, dijo que era justo, y que él tenía orden de probárselo a todas las jóvenes. Hizo sentar, entonces, a Cenicienta y, acercando el zapato a su piececito, vio que entraba sin esfuerzo y que le caía como un guante.
La sorpresa de las hermanastras fue grande, pero más grande aún fue cuando Cenicienta sacó de su bolsillo el otro zapatito, que se puso en el otro pie. En ese preciso instante hizo su aparición el hada Madrina, quien, golpeando con la varita mágica los vestidos de Cenicienta, los convirtió en unos vestidos mucho más deslumbradores que todos los anteriores.
Entonces las dos hermanas la reconocieron como la hermosa dama que habían visto en el baile y se arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos que le habían hecho sufrir.
Cenicienta las levantó y les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y que les rogaba que, en adelante, fueran buenas amigas.
Cenicienta, ataviada como estaba, fue conducida ante el joven Príncipe, que la encontró más hermosa que nunca; y unos días después se casó con ella.
Cenicienta, que era tan buena como hermosa, había hecho que sus hermanas se alojaran en el palacio, y el mismo día las casó con dos grandes señores de la corte.

La Cenicienta que se escapó, por Roser Palol (Parte II)

A continuación Roser Palol realizó una performance para la cual recibió la ayuda de uno de nuestros compañeros.

Finalmente, Roser hizo de "coche escoba" planteando su opinión sobre diveros temas que habían salido a lo largo de las conferencias anteriores, lo cual me pareció muy buena idea ya que planteo aspectos bastante interesantes que me hicieron reflexionar.


A mi me gustaría ser BALLENA!